El nuevo acuerdo de libre comercio entre EE.UU., Canadá y México, una creación de Donald Trump que releva al Nafta de Bill Clinton y George Bush, incluye una cláusula original: en la sección 32,10 del documento firmado este viernes durante la cumbre del G20 en Buenos Aires, se prohíbe a sus miembros negociar con economías “que no sean de mercado”. Un firulete dialéctico que alude sin nombrarla a China. Del otro lado, el líder del Imperio del Centro Xi Jinping tiene previsto partir de la capital argentina hacia Panamá en un gesto celebratorio de la ofensiva diplomática que arrebató a ese país de la influencia de Taiwan y lo puso bajo la de Beijing. Un pase que Washington se esmeró en detener, incluso presionando en masa a sus embajadores en Centroamérica y que China exhibe como ejemplo de su influencia creciente.

Este cruce de “importancias” de una y otra vereda ayuda a visualizar la profundidad del desencuentro político que experimentan las dos mayores economías del globo. Hasta hace poco la relación de EE.UU. con la otra superpotencia había sido de interacción o de una cuidadosa convergencia de mutua utilidad. Una postura asentada en el mayor poderío norteamericano y su altura económica lo que impedía confusiones. Pero así como EE.UU. reivindicaba su excepcionalismo, en China se hizo común plantear esas mismas excepcionalidades en proporción directa al aumento de su influencia y el desarrollo económico que es la usina del poder político, sostiene Anselmo Cantelmi en su columna del diario Clarín de Buenos Aires.

La convergencia finalizó cuando la Casa Blanca de Donald Trump concluyó que había que poner un freno al tren que venía con semejante velocidad desde Asia. Después de que el Imperio del Centro ingresó a la Organización Mundial de Comercio en 2001, su ritmo de desarrollo se multiplicó y dejó, de paso, planteado un enigma: cómo se valora el éxito de un sistema no democrático. A Trump, resolver esa pregunta le ha importado menos que la contradicción que da impulso a su estrategia sobre China a la que caracteriza como una economía cerrada, estatizada y lejana del libre comercio que propala. Una opinión que comparten, aunque con menos énfasis, sus socios europeos y algunos asiáticos aunque se reconozca que el comportamiento chino no difiere del que han exhibido otros imperios en el momento de su consolidación.

Este sábado, la cena en Buenos Aires de los líderes de las dos superpotencias, será un dato de realismo en esta disputa. Es el hecho más importante por fuera de esta cumbre sin precedentes en la historia del anfitrión argentino. La ofensiva norteamericana ha consistido hasta este momento en archivar la convergencia que se basaba en el aprovechamiento inteligente de las cualidades del gigante asiático, su enorme masa de trabajadores, sus salarios mínimos y las garantías estatales que daban una previsibilidad blindada en un país que se maneja con formas de monarquía. El siguiente paso fue la formulación de acuerdos de comercio que excluyeran a Beijing, como el pacto transpacífico que forjó Barack Obama y Trump desechó en cuanto llegó a la Casa Blanca. El último escalón ha sido la decisión de EE.UU. de lanzarse al cuello de China con penalidades arancelarias crecientes para reducir su capacidad de desarrollo con el pretexto del abismal déficit comercial binacional.

¿Ha dado resultado esta estrategia? Trump tiene motivos para reivindicarla. Según pudo reconstruir esta columna con diversas fuentes, el acercamiento de las potencias este sábado se zanjaría con la promesa de China de una mayor apertura de su economía, y el compromiso de la protección de las patentes, dos demandas centrales de Washington. Asimismo, y en un gesto mucho más amplio, Beijing ha atenuado hasta casi esfumarla la controvertida Agenda 2025 que es la que resume el avance tecnológico de la potencia y que, según voceros occidentales, marca un inminente liderazgo chino en Inteligencia Artificial y robótica desplazando del podio a EE.UU. Son gestos fuertes, pero es el trasfondo lo que se debería mirar en especial si enfrente se tiene a un coloso de 5 mil años.

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