La inversión en infraestructuras y el sector exterior, palancas de avance para la región. El control de la inflación es tarea prioritaria en el grueso de las economías latinoamericanas, según una publicación de El Economista.

La combinación del riesgo político derivado de posibles cambios sustanciales de Gobierno y el riesgo financiero derivado de la subida de tipos de interés en las grandes potencias económicas serán los factores de incertidumbre más importantes que afrontarán las economías latinoamericanas en 2018. Si bien los riesgos no son menores, las oportunidades de expansión económica que trae el nuevo año son numerosas por el lado del sector exterior o la inversión en infraestructuras, entre otros -evidentemente, dejando a un lado catástrofes económicas como Venezuela-.

En primer lugar, la zona experimentará un crecimiento significativo, hasta el 1,9 por ciento, según las previsiones del Fondo Monetario Internacional, frente al avance esperado a cierre de 2017, del 1,2 por ciento. Ya en el tercer trimestre se mostraron los primeros síntomas de aceleración marcando un avance interanual del 1,7 por ciento gracias a la expansión del consumo doméstico en Brasil y el alza de los precios de las materias primas convertidos en mayor valor de las exportaciones en Colombia o Chile. El comportamiento de México se ha visto afectado por las catástrofes naturales y las subidas no previstas de la tasa de inflación.

Esta recuperación económica notable eleva la contribución que Latinoamérica hace al crecimiento mundial, previsto en el 3,6 por ciento para el cierre de 2017. Al mismo tiempo, vislumbra un mayor potencial de avance en 2018, que en este momento va de sur a norte del Continente, siguiendo la estabilidad institucional derivada de los últimos comicios de 2016 y 2017, que han asentado a Gobiernos promercado y reformistas. Así, Argentina y Chile con un PIB al 2,5 por ciento real para ambos, y Perú con un 3,7 por ciento, son los países que lideran (y contribuyen más) el crecimiento de Latam y quienes en última instancia sostendrán posibles problemas en otras economías con riesgos populistas. Es el caso de Brasil, que a pesar de haber superado una recesión profunda hasta 2016 con una caída del PIB del 3,6 por ciento, preocupa por la tendencia de las encuestas de intención de voto hacia candidatos populistas como Luiz Inácio Lula da Silva y el ambiente de hostilidad político en el que trabaja día tras día el gabinete reformista de Michel Temer.

La trayectoria del resto de las economías, con el sustento de este crecimiento sólido que viene del sur del continente, se verá afectada por los procesos electorales pendientes y el comportamiento del precio de las commodities. El crecimiento de Colombia, previsto en el 2,8 por ciento por el FMI para este año, será posible que efectivamente sea más del doble que en 2017 (1,7 por ciento) si no se produce inestabilidad política derivada de la inserción de los terroristas guerrilleros en la política y con perspectivas alcistas del precio del café. Y de forma similar en otros países, donde en 2018 se producirán cambios de Gobierno.

En segundo lugar, no hay estabilidad económica posible sin un control efectivo y duradero de los precios. Por ello, el control de la inflación es prioritario en una buena parte de las economías latinoamericanas y de forma aún más especial en las mayores, que acumulan graves pérdidas de poder adquisitivo. Sorprende, por ejemplo, la falta de ambición del Gobierno de Mauricio Macri en Argentina por atajar de una vez el proceso inflacionario, dejándose llevar por aquellos que vaticinan recesiones debidas a medidas extraordinarias de contracción de la oferta monetaria. Con una coyuntura en el sector exterior tan favorable y la consiguiente acumulación de dólares en las reservas internacionales del Banco Central, no es razonable tirar la toalla postergando las metas de inflación de un único dígito para 2020. Un 16,7 por ciento de tasa de inflación de bienes de consumo prevista para 2018 sigue siendo una sangría intolerable para una economía que necesita ganancias rápidas de competitividad-precio.

En el resto de las economías destacadas, Brasil y Colombia están haciendo un esfuerzo notable por embridar la inflación, no sólo por política monetaria sino también con medidas de política fiscal, como la congelación del gasto público a 20 años que hizo el presidente Temer o la moderación salarial. Ahora, está por ver la audacia del Banco de México para rebajar la inflación desde el 6 por ciento hasta el entorno del 3,5 o 4, más cercano a su objetivo de medio plazo. Ni el encarecimiento del peso frente al dólar USA fue suficiente en el año que ha acabado para rebajar las presiones inflacionistas internas.

Crecimiento e inflación, en tercer lugar, determinan la evolución de los tipos de interés reales del dólar y las divisas latinoamericanas, que condiciona el movimiento de capitales hacia Latinoamérica y, por tanto, su capacidad de atraer inversiones. Está por ver si unos tipos de interés más altos en Estados Unidos -correspondidos con subidas de los tipos en México, Brasil o Chile- van a generar un dólar más fuerte y, por ende, un movimiento a la baja de los tipos de cambio de las divisas latinoamericanas frente al dólar USA, lo cual es perjudicial a medio plazo. Hoy por hoy no es evidente la acción-reacción (suben los tipos, dólar más caro) dada la trayectoria del dólar USA desde que la Fed retiró los estímulos monetarios hace más de dos años y dada la conducta macroeconómica de Latinoamérica saliendo de una contracción del PIB del 0,9 por ciento en 2016. Incluso tampoco es evidente que un dólar más fuerte impida la recuperación de los precios del petróleo, la soja, el café o el cobre, todos en tendencia alcista desde el segundo trimestre de 2016.

El otro elemento clave para los tipos de interés reales es la evolución del diferencial de inflación entre las economías latinoamericanas y la estadounidense. Desde el punto de vista de las primeras, sería deseable un repunte de la inflación vía costes salariales en EEUU para recibir una inyección one-shot de competitividad, combinada con un control efectivo de la inflación en las economías nacionales. Así, el diferencial de tipos de interés reales bascularía a favor de las economías latinoamericanas y, con ello, lograrían atraer inversiones denominadas en dólares mejorando la cuenta de capital. Precisamente ahora este diferencial es favorable a las economías Latam, pero esto no es suficiente. No hay que esperar a que haya sorpresas inflacionarias (muy posibles, dicho sea de paso) para que se produzcan ganancias reales de competitividad con nuevos mercados y especialización de los productos y servicios con ventajas a nivel internacional.

En cuarto lugar, existe cierto optimismo en torno a la situación de las cuentas exteriores de las economías latinoamericanas. El país con mayor desequilibrio con el exterior de los grandes es Colombia (-3,8 por ciento del PIB) y con el impulso de las exportaciones puede seguir en la senda correctiva del déficit por cuenta corriente. No pueden decir lo mismo Argentina y Chile, cuyo desfase en la cuenta corriente corre serio riesgo de crecer hasta el -3,7 por ciento y -2,8 por ciento, respectivamente, en 2018. Por tanto, es aún más necesario lograr un mayor superávit en la cuenta de capital vía diferencial favorable de tipos de interés reales frente a EEUU, de manera que esto no suponga un incremento excesivo de la deuda externa y empeoramiento mayor de la posición inversora internacional neta.

Y, por último, para cerrar el círculo macro, se encuentra la necesidad de un mayor esfuerzo de consolidación fiscal con el ánimo de no empeorar las cuentas exteriores y la deuda. Preocupa la situación de Brasil, con un déficit público muy alto -superior al 9 por ciento-, y la capacidad de Argentina de reducir su abultado déficit estructural. En el resto, el déficit obedece más bien a causas coyunturales que a incrementos estructurales, como México o Perú. Aunque la situación en las finanzas públicas no es precisamente positiva, Latam no está en la situación de los 80, con altos niveles de deuda denominada en dólares. La mayor parte -más del 70 por ciento de la deuda en circulación- está denominada en divisa local, lo cual protege de alguna manera la estabilidad financiera de cada país ante sorpresas de tipos de interés que surgieran a escala global.

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