La jornada se planteó como una huelga general, pero varios sindicatos dieron marcha atrás. Se notó apatía en las calles de Brasil en la primera jornada de protesta contra el presidente Michel Temer después de que fuera denunciado por corrupción. Decenas de miles de personas salieron a la calle en las principales capitales la tarde de este viernes, pero lo que en un inicio se pensó como una huelga general acabó siendo un conjunto de protestas a medio gas, informó El Mundo.

La adhesión fue mucho menor que en la pasada huelga del 28 de abril y las acciones se limitaron a la quema de neumáticos y el corte de carreteras en las principales vías de acceso a las grandes ciudades. Transporte y comercio funcionaron con total normalidad en la gran mayoría de los casos. En Río de Janeiro la marcha acabó con enfrentamientos entre manifestantes y policía.

Detrás de esta huelga fallida está el cansancio por una crisis institucional que nunca acaba y la división de los sindicatos. En un principio había consenso en convocar una huelga general, pero poco a poco algunos sindicatos fueron cediendo a las concesiones del Gobierno, que prometió mantener la contribución obligatoria que todo trabajador brasileño -afiliado o no-realiza para mantenerles.

La normalidad en las calles se vio acompañada por manifestaciones expresivas, pero con una adhesión también por debajo de lo esperado, sobre todo teniendo en cuenta que esta semana Brasil llegó al cénit de su terremoto político. El presidente fue denunciado formalmente por corrupción ante el Tribunal Supremo, acusado de recibir dinero irregular de los directivos del grupo cárnico JBS, lo que a la larga podría apartarle de la presidencia.

En el centro de Río de Janeiro unos cuantos miles de personas -en su mayoría estudiantes, sindicalistas o simpatizantes de movimientos sociales de izquierda-pedían la tarde de este viernes la derogación de la reforma laboral y la salida de Temer, pero algunos mostraban abiertamente su decepción por no ser capaces de movilizar a más gente en este momento crucial, a pesar de que Temer ya es el presidente más impopular de la historia de Brasil (solo un 7% de los brasileños le aprueba).

«Es increíble porque todo el mundo se queja. Tú hablas con la gente y el 99% te dicen que sí, que el Gobierno es corrupto, pero luego nadie reacciona. Hay mucha decepción, sobre todo en la izquierda. Todos los políticos están enfangados, ya sea por una caja de bombones o por millones de reales. ¿Resultado? La izquierda está desilusionada y la derecha no quiere compartir el espacio de protesta con el pueblo. Han visto que los héroes que ellos colocaron en el poder no lo son tanto», comentaba a EL MUNDO Gilvan, un profesor de instituto que confiesa apesadumbrado que Brasil está «sin perspectiva».

Indignación selectiva

La polarización extrema que se consumó en Brasil durante el proceso que desembocó en el ‘impeachment’ de la ex presidenta Dilma Rousseff es una de las claves de que las marchas contra Temer no acaben de ser transversales y se limiten a un reducto de la izquierda, apuntó a EL MUNDO el profesor de la Fundación Getúlio Vargas de Río de Janeiro Paulo Fontes.

Para este historiador una parte de los brasileños padece una indignación selectiva: «El espectro político del centro-derecha se manifestó muy fuertemente contra Dilma y ahora está desorientado viendo la tragedia en que se ha convertido el Gobierno Temer, al que ellos auparon al poder (…) Ahora vemos que un segmento importante de la población no se manifestaba entonces contra la corrupción, sino contra el Gobierno del Partido de los Trabajadores (PT)». En su opinión, esa clase media ahora no sale a la calle porque está entre perpleja y decepcionada: «Sus héroes no lo fueron tanto, con el tiempo han visto que eran incluso más corruptos que el Gobierno anterior».

Uno de esos ‘heróes’ era el senador Aécio Neves, el candidato que perdió por la mínima las elecciones de 2014 frente a Rousseff. Animó a sus seguidores a manifestarse contra la corrupción, pero ahora fue grabado pidiendo dinero sucio a los directivos de JBS, los mismos que delataron a Temer. El propio presidente era un año atrás el gestor de perfil técnico que iba dar estabilidad al país después del turbulento Gobierno de Rousseff, según la visión de una parte importante de la sociedad brasileña. Ahora tanto él como ocho de sus ministros están bajo el punto de mira de la Justicia.

Los manifestantes anticorrupción que ayudaron a que Temer llegara al poder ya no hacen caceroladas en el balcón cada vez que el presidente argumenta en televisión mil y un motivos para no dimitir pese a las evidencias. Pero la izquierda tampoco. «Los sindicatos no sé si están consiguiendo capitalizar esa indignación. La izquierda también está herida, también ha sido víctima de la crisis del sistema político como un todo. El PT de Lula y de Rousseff estuvo en el poder 13 años. Esto dificulta movilizar a nadie más allá de la militancia, las manifestaciones acaban siendo cosa de los que siempre están movilizados. La izquierda ya no consigue movilizar al centro, llegó a su techo», considera Fontes.

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