La crisis de Venezuela es ya la gran prioridad en todas las cancillerías latinoamericanas. Este continente, acostumbrado a dictaduras crueles en el siglo XX, había visto cómo el siglo XXI arrancaba con procesos de cambio profundo que se resolvían casi siempre de forma democrática. El caos que vive el país petrolero supone un enorme riesgo de desestabilización, no solo por el éxodo migratorio, que crece imparable, sino también por el problema del narcotráfico: en los últimos años, Venezuela se ha convertido en trampolín de la salida de la droga sudamericana. Referente para muchos grupos de la izquierda latinoamericana, es la primera gran crisis a la que se enfrenta el nuevo equilibrio de poderes surgido de los últimos cambios electorales, que han sacado del poder a importantes aliados del chavismo en Argentina y Brasil y han aislado al régimen de Caracas, que sigue teniendo en Cuba su principal bastión.

Las principales potencias de la región están intercambiando información constantemente ante la posibilidad de que la situación se descontrole por completo. Uno de los aspectos que más preocupa es el migratorio. La crisis humanitaria se ha vuelto insostenible en Venezuela. La falta de alimentos y medicinas complica el día a día en un país donde la inflación alcanza niveles astronómicos. El éxodo es imparable. En el caso de Colombia, el 2016 más de 370.000 venezolanos ingresaron en el país, un 15% más que el año anterior, aunque es difícil calibrar con exactitud cuántos deciden quedarse y en qué situación lo consiguen, llegado el caso. Las peticiones de asilo también se han disparado, según ACNUR. Estados Unidos es el que más ha recibido (18.300), seguido de Brasil (12.960), Perú (4.453), España (4.300) y México (1.044).

La instalación de la Asamlea Nacional Constituyente este viernes despojó de poderes al anterior Parlamento, de mayoría opositora, electo en 2015. Los críticos con el chavismo han asegurado que no reconocerán la nueva institución. Preguntado por si en su país consideraba que existía una dictadura, un ciudadano respondía a un reportero británico hace unos días de forma muy ilustrativa: “Los dictadores gobiernan, yo no estoy seguro de que aquí haya gobierno”. Esta nueva institución ha encontrado el rechazo generalizado en la comunidad internacional, pero el Gobierno de Maduro no parece dispuesto a dar marcha atrás.

“Es un caos y una anarquía permanente”, lamenta Joaquín Villalobos, quien pone el foco en uno de los temas que más preocupan a algunos gobiernos latinoamericanos, caso de México: el narcotráfico. “En medio del caos, la potencia que adquieren las plataformas criminales es increíble”, opina el exguerrillero salvadoreño, hoy consultor para la resolución de conflictos. Venezuela comenzó a convertirse en una salida de la droga de Colombia a principios de este siglo y se consolidó como tal hace una década, con el establecimiento del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y paramilitares del Bloque Norte a ambos lados de la frontera con la connivencia las autoridades venezolanas, muchas de ellas, como el vicepresidente, Tareck el Aissami, sancionadas por vínculos narcotráfico por Estados Unidos.

El descontrol se ha agudizado. Los cultivos de cocaína en Colombia han alcanzado el pasado año máximos históricos: 188.000 hectáreas sembradas, un 18% más que el año anterior. Cada vez más droga cruza hacia Venezuela sin problema. “No hay ninguna coordinación entre los militares venezolanos y los colombianos, hay una desconfianza absoluta, es como si uno hablase en chino y el otro le respondiese en quechua”, ilustra Ariel Ávila. Buena parte de la mercancía se dirige hacia Europa, pero, según el analista colombiano y experto en seguridad, cada vez más, en torno a un 35% o un 40%, va a Centroamérica, para terminar en Estados Unidos. Esto inquieta sobremanera a la Administración mexicana, quien teme que su vecino del norte le apriete, aún más, para tratar de poner freno al tráfico de droga por la frontera, apuntan analistas y fuentes diplomáticas. El gran temor es que el descontrol termine por echar abajo el pacto tácito por el cual Cuba, a finales de los años ochenta, frenó la posibilidad de que la isla se convirtiese en un corredor de la droga para los carteles colombianos y mexicanos.

La sombra de Cuba es omnipresente en Venezuela. La isla se convirtió en el agente decisivo tras la llegada al poder de Hugo Chávez. Caracas ha sido el sostén económico del castrismo, que a cambio le ha facilitado miles de asesores políticos, administrativos y militares. La caída del régimen de Maduro supondría un varapalo para la isla, que aún hoy recibe alrededor de 50.000 barriles diarios de petróleo. Nadie logra, no obstante, escrutar con exactitud los movimientos del castrismo en Venezuela. “La tecnología de la represión es claramente de Cuba, que puede trasladar al chavismo el background de cómo vivir con el aislamiento internacional, tratando de debilitar a la oposición, con la idea de que en unos meses la situación cambiará”, asegura el historiador cubano Rafael Rojas, quien también advierte un relanzamiento de la alianza de la isla con Venezuela desde finales del año pasado. Una posición que coincide con un impasse en las reformas de la isla tras la visita de Barack Obama y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. “Se nota un cambio de lenguaje, ahora la idea es que buscan derrocar a Maduro y después a Cuba. Si antes había zanahoria para Cuba y palo para Venezuela, ahora es garrote para ambos”, añade Rojas.

Fuente: El País

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