Por Jesús Meza Lueza (jesus.meza@itesm.mx)

Los tres principales problemas que enfrenta América Latina son corrupción, inseguridad y educación deficiente, en este mismo orden, de acuerdo con la consultora Ipsos Public Affairs (VICE, 2016). Aunque actualmente Latinoamérica representa menos del 9% de la población mundial, en el 2033 se estimada que podría llegar a superar los habitantes que tiene Europa, mientras que para el 2050, también llegaría a superar su producción económica (PwC, 2017).

Lo anterior plantea interesantes retos y oportunidades para las universidades de la región, ya que el desarrollo latinoamericano implica la necesidad de contar con instituciones educativas cada vez más desarrolladas, creativas y relacionadas con las necesidades del entorno.

Sobre esta línea, el Banco Mundial señala que las instituciones educativas universitarias en América Latina han mejorado considerablemente en algunos rubros, por ejemplo: multiplicar su matrícula; reducir la brecha de género; expandirse a mayores regiones; mayor inversión en innovación; más participación del sector privado en proyectos universitarios. Sin embargo, estos avances contrastan ante una deserción escolar que ronda en el 50% de jóvenes universitarios; una pobre calidad académica; una cuestionable duración e idoneidad de los programas educativos; una limitada oferta universitaria; un pobre avance en la investigación; y una deficiente atracción de talento.

Ante esto, ¿qué opciones tiene la educación universitaria de la región para conseguir afrontar las necesidades de su futuro inmediato y a largo plazo?

Según Marina Garcés, en su obra Nueva Ilustración Radical, es necesario que las instituciones universitarias no se enfoquen únicamente en dar acceso al conocimiento disponible a sus estudiantes, ya que esto resulta ser tan común como darle acceso a una biblioteca o una computadora. Lo que es verdaderamente trascendente es relacionar dicho conocimiento con la realidad, buscando la manera de contribuir en la formación de cada estudiante así como transformar su mundo circundante en un mejor lugar. En otras palabras, si un estudiante pudiera saber potencialmente “todo”, pero no puede hacer nada, ¿de qué sirve entonces todo ese conocimiento?

En este sentido, el Tecnológico de Monterrey ha tomado la decisión de cambiar radicalmente su modelo educativo llamado “Tec 21”, considerando la necesidad de no solo formar profesionistas que puedan cambiar el futuro, sino de contribuir a la transformación de seres humanos que aprovechen su potencial como agentes de cambio y que transformen su entorno desde que están en la universidad.

“Si un estudiante pudiera saber potencialmente “todo”, pero no puede hacer nada, ¿de qué sirve entonces todo ese conocimiento?”

A partir de proyectos de inmersión vivencial, colaborativa e interdisciplinaria, se propone que los estudiantes participen activamente en su formación profesional, lo cual no solo implica la adquisición de conocimientos, sino también el desarrollo de habilidades, actitudes y valores que les permita un aprendizaje crítico y autónomo, además de resolver retos reales de su entorno actual, acompañados de sus profesores y de socios formadores (organizaciones o actores de la comunidad).

Elementos de una nueva visión para la formación universitaria

  • Inmersión vivencial con enfoque crítico: Los estudiantes deben estar en el entorno, conocerlo y reconocerlo, identificando las necesidades del mismo y descubriendo (junto con la comunidad) posibles soluciones. Si no se conoce la realidad, poco se puede hacer por mejorarla.
  • Trabajo colaborativo y aprendizaje autónomo: Al igual que el mundo profesional, los estudiantes deben aprender a colaborar en un entorno que promueve la interacción y el intercambio de puntos de vista, además de “aprender a aprender” de una manera más autónoma. El trabajo colaborativo y el aprendizaje autónomo se convierten en una piedra angular del mundo laboral globalizado.
  • Interdisciplinaridad centrada en el ser humano: Debemos considerar al ser humano como ente central. La interdisciplinaridad es una necesidad de la formación universitaria, ya que los problemas reales no pueden resolverse si solo se toma en cuenta un par de aristas y si tampoco se considera la parte humana.

“Ante un mundo incierto y de cambios constantes, es responsabilidad de las universidades formar personas que desarrollen su propio proceso de aprendizaje autónomo de manera exitosa”

La razón de ser de estas características radica en las necesidades que enmarcan al mundo complejo de la región latinoamericana, misma que no puede seguir siendo explicada en aulas tradicionales que presentan situaciones artificiales, con visiones aisladas de los problemas y con poca o nula interacción entre las diversas áreas de estudio.

Las universidades latinoamericanas sí pueden mejorar sus programas de estudio, haciéndolos más idóneos a su realidad y ampliando su oferta educativa. Como diría Donald Schön, los egresados de las universidades se enfrentarán a situaciones críticas no previsibles en este mundo de acelerados cambios, por lo que la responsabilidad de las universidades es formarles para que desarrollen su propio proceso de aprendizaje autónomo de manera exitosa.

Cualquier cambio de las universidades latinoamericanas en este sentido puede parecer desafiante, riesgoso e incierto. Sin embargo, no solo está en juego el futuro de la educación universitaria de la región, sino también el futuro, la vida y el desarrollo como ser humano de cada uno de nuestros estudiantes. Por ello, bien vale la pena cambiar el enfoque del modelo universitario en Latinoamérica.

Acerca del autor

El Dr. Jesús Meza Lueza (jesus.meza@itesm.mx) es Decano Regional Occidente de la Escuela de Humanidades y Educación. Su área docente y de investigación abarca los temas de imagen pública, imagen política, identidad corporativa, comunicación estratégica digital e innovación educativa.

Fuente: Observatorio Tecnológico de Monterrey

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